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El exceso de turismo y los botellones incontrolados en ecosistemas protegidos ponen a Cantabria en serio peligro de convertirse en la «Ibiza del norte»

Desde hace tiempo se viene pidiendo a los turistas que no se abracen a las secuoyas de Cabezón de la Sal porque esta práctica presuntamente sanadora, además de una pseudociencia sin aval científico, daña a los árboles.
Abrazarse a unos árboles centenarios, destrozando su corteza, es tan solo un ejemplo más de los serios efectos que el exceso de turismo incontrolado está generando en Cantabria, sin olvidar que la presión turística está llevando a unos precios de la vivienda al alza de forma imparable en Cantabria.
No en vano, desde diversos colectivos sociales se viene alertando de que Cantabria está en riesgo de convertirse en «la Ibiza del norte», un fenómeno complejo de turistificación de las zonas masificadas, que pone en peligro tanto el equilibro ambiental como social entre visitantes y autóctonos.
El último ejemplo «lamentable» según Ecologistas en Acción (EA) de estos riesgos para nuestros ecosistemas costeros se ha visto en El Puntal de Somo, donde miles de personas participaron en un botellón dejando tras de sí toneladas de residuos y un espacio natural «convertido en un mierdal, con botellas, plásticos, restos de comida y colillas dispersos por la arena», denuncia EA.
«Cada uno de estos episodios compromete la biodiversidad del litoral. Cada botellón deja huellas irreparables. El Puntal de Somo forma parte de la Zona Especial de Conservación (ZEC) «Dunas del Puntal y Estuario del Miera», con 49 formaciones vegetales, de las cuales 20 son prioritarias y de interés comunitario, y 9 taxones de fauna de especial interés. La playa no es un espacio recreativo sin normas: es un bien público de alto valor ambiental cuya conservación es un deber colectivo. Y no basta con enviar un equipo de limpieza al día siguiente; eso no repara el daño. Necesitamos prevención, sanciones ejemplares y campañas educativas reales», explican los ecologistas.
EA propone un plan de prevención y vigilancia: aumentar la presencia de agentes medioambientales y Fuerzas de Seguridad en los arenales durante los meses críticos, fines de semana y festivos; control de accesos y limitación de los servicios de transporte marítimo; campañas de sensibilización dirigidas a jóvenes: no basta con sancionar; es necesario educar. Charlas en centros educativos, difusión en redes sociales y mensajes directos que expliquen el daño real de estas prácticas; sanciones ejemplares y responsabilidad compartida: los actos que atentan contra el litoral no pueden quedar impunes. Es preciso aplicar la normativa con rigor, incluyendo multas y la obligación de participar en tareas de limpieza.
Los ecologistas también piden colaboración interinstitucional: ayuntamientos, gestores del espacio protegido, Demarcación de Costas, Guardia Civil y asociaciones ambientales deben trabajar de manera coordinada para evitar que se repitan estas situaciones.
«Si seguimos permitiendo que nuestras playas se conviertan en vertederos, estaremos comprometiendo no solo nuestro paisaje, sino el futuro ambiental, la biodiversidad de las próximas generaciones porque cada día sin actuar es un paso más hacia la degradación irreversible de nuestro patrimonio natural», sentencian.
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