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Silvia Charro y Simón Pérez se hicieron populares en Internet allá por el año 2017, al protagonizar un desafortunado vídeo de Periodista Digital en el que aparentaban estar bajo los presuntos efectos de haber consumido sustancias.

Hoy, Pérez y Charro se han convertido en un juguete roto de Internet. Aquella fatídica fama por el vídeo en el que ambos asesoraban, con buen criterio, sobre hipotecas a plazo fijo, generó el despido de ambos de sus respectivos trabajos. A partir de ahí, la caída a los infiernos de estas dos personas fue constante.
Emiten desde diferentes plataformas, que les van bloqueando porque se consumen drogas en directo, y se someten a los encargos de personas que, a cambio de pequeñas cantidades de dinero, les piden hacer retos humillantes y absurdos.
La degradación en directo de dos personas no debería ser motivo de júbilo para nadie, pero es muy preocupante ver cómo una horda de seguidores encuentran algún tipo de vergonzante gozo en asistir en directo a la debacle de dos seres humanos.
La fama rápida y en demasiadas ocasiones tóxica que se genera en Internet y las Redes Sociales tiene en estas dos personas su máxima expresión: convertir a dos seres humanos en un «meme», en un espectáculo decadente sin importar el daño que las acciones generan en la vida real de la persona.
Convertir a Pérez y Charro en un juguete roto de la Red es una vergüenza que refleja una degeneración moral de la sociedad que requiere una profunda reflexión.
Y, en el caso de Charro y Pérez, la intervención de oficio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Fiscalía si procede y de los Servicios Sociales de la ubicación en la que se encuentren, debería ser inmediata a fin de evitar algún tipo de desenlace fatal que las personas de bien nunca deberían fomentar.
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