La abrumadora mayoría de los cántabros son personas honestas, pero casi todos hacemos la vista gorda sobre pequeñas corruptelas en nuestro entorno cercano
La sociedad cántabra merece purgar todos los sistemas para afrontar el futuro con limpieza
El ladrillo, como sector, siempre ha sido un gran negocio. Con amplias e interesantes ramificaciones.
Pese a las sucesivas crisis vinculadas al ladrillo y a las obras, en Cantabria también se ha considerado un magnífico negocio. Y la corrupción, que todos sabemos que existe, conserva históricos vínculos con el ladrillo.
La reciente irrupción de la UDEF y la Agencia Tributaria en la consejería de Obras Públicas, con registros en empresas privadas y algunas detenciones, apenas sorprende.
Todos los ciudadanos, en mayor o menor medida, sabemos de alguien que entró a trabajar por enchufe en alguna empresa pública, o de concesiones de obras o servicios que ya se sabía de antemano, vox pópuli, qué empresa resultaría la ganadora.
Y, aunque la abrumadora mayoría de los cántabros somos personas honestas, casi todos hacemos la «vista gorda» sobre pequeñas corruptelas en nuestro entorno cercano.
Al ser una comunidad autónoma pequeña, la corrupción se vive de forma mucho más cercana, y es difícil de erradicar del todo. Se trata de redes clientelares, en ocasiones vinculadas a la política, que tienen raíces demasiado profundas en el tiempo y en el espacio como para poder hacer limpieza.
Cuando a escasos dos meses de las elecciones salta un escándalo de este calibre, la sociedad cántabra debería tomar conciencia de la necesidad de un cambio total de esquemas. Si seguimos operando de la misma forma, no habrá manera de limpiar la sombra de la sospecha de muchos procesos para los que siempre que hay un beneficiario hay varios o muchos perjudicados. La sociedad cántabra merece purgar todos los sistemas para afrontar el futuro con limpieza.
La juventud cántabra recibe, además, un peligroso mensaje: «aquí siempre trincan los de siempre», los «amigos de»; los de «el entorno cercano a» y se aboca a los jóvenes a una emigración casi forzosa cuando, además de las escasas oportunidades laborales o de emprendimiento en la región, se atisba que hay procesos que pudieran estar viciados de origen.
Por el futuro de nuestros jóvenes, y por una sociedad cántabra libre de sospechas de corrupción, nos merecemos hacer los cambios profundos y dolorosos que sean necesarios para un nuevo rumbo.